El verde está en el centro del espectro de luz visible, entre colores cálidos y fríos.
Por su centralidad, el verde se encuentra en una posición misteriosa, aunque se le considera un color frío, evocando una orientación de la conciencia hacia valores más interiores. De hecho, los colores fríos son centrípetos y endotérmicos frente a los colores cálidos, que son centrífugos y exotérmicos.
Gracias a su capacidad de introducir la conciencia en los planos interiores, el verde siempre se ha considerado íntimamente relacionado con el proceso de transmutación, convirtiéndose muy a menudo en el símbolo de la regeneración. El ejemplo que más resalta esta peculiaridad del verde es el proceso orgánico de la fotosíntesis. La planta, utilizando la molécula fotosensible de la clorofila, absorbe la luz transformándola en energía química, gracias a la cual el dióxido de carbono se transforma en oxígeno, que se libera a la atmósfera. Esta actividad química se activa cuando los rayos de luz rojos inciden sobre un cuerpo de su color complementario, el verde.
Desde un punto de vista simbólico, el rojo favorece la encarnación, empujando al individuo a concentrar sus energías en el desarrollo de su yo personal. De hecho, el rojo es el color por excelencia de la exteriorización.
El proceso de encarnación somete al ser humano al riesgo de una densificación y cristalización que lleva al ego personal a esclerotizarse lentamente y a separarse de la fuerza del espíritu.
Así, el proceso de fotosíntesis asegura una verdadera regeneración, ya que renueva, en cierto sentido, las vibraciones inferiores, las rojas.
Oda a los árboles, que me ayudan a equilibrarme.
Por su centralidad, el verde se encuentra en una posición misteriosa, aunque se le considera un color frío, evocando una orientación de la conciencia hacia valores más interiores. De hecho, los colores fríos son centrípetos y endotérmicos frente a los colores cálidos, que son centrífugos y exotérmicos.
Gracias a su capacidad de introducir la conciencia en los planos interiores, el verde siempre se ha considerado íntimamente relacionado con el proceso de transmutación, convirtiéndose muy a menudo en el símbolo de la regeneración. El ejemplo que más resalta esta peculiaridad del verde es el proceso orgánico de la fotosíntesis. La planta, utilizando la molécula fotosensible de la clorofila, absorbe la luz transformándola en energía química, gracias a la cual el dióxido de carbono se transforma en oxígeno, que se libera a la atmósfera. Esta actividad química se activa cuando los rayos de luz rojos inciden sobre un cuerpo de su color complementario, el verde.
Desde un punto de vista simbólico, el rojo favorece la encarnación, empujando al individuo a concentrar sus energías en el desarrollo de su yo personal. De hecho, el rojo es el color por excelencia de la exteriorización.
El proceso de encarnación somete al ser humano al riesgo de una densificación y cristalización que lleva al ego personal a esclerotizarse lentamente y a separarse de la fuerza del espíritu.
Así, el proceso de fotosíntesis asegura una verdadera regeneración, ya que renueva, en cierto sentido, las vibraciones inferiores, las rojas.
Oda a los árboles, que me ayudan a equilibrarme.
24 images | slideshow
